Imaginen que se encuentran ante alguna de las siguientes
situaciones, bastante habituales en la vida económica diaria en España:
Ø
Una empresa analiza los resultados de sus dos plantas.
Una de ellas es muy rentable y competitiva y la otra sólo da pérdidas. Los
directivos se plantean cerrar ésta y poner más recursos en aquella. ¿Podrán
hacerlo?
Ø
Ha bajado la facturación. Y en un departamento
se plantean un despido. Hay dos candidatos, un empleado temporal con el que el
jefe está encantado y un trabajador fijo, con 12 años de antigüedad en la empresa,
que ha bajado mucho su rendimiento en los últimos años. ¿Quién será despedido?
Ø
Un trabajador temporal ha encadenado casi dos años
de contratos. Su jefe está contento y quiere contar con él, pero sabe que si le
renueva le tendrá que hacer fijo. El problema es que no tiene claro si dentro
de 3 meses seguirá en marcha el proyecto para el que le contrató originalmente.
¿Renovará?
Ø
Una empresa con 48 empleados. Le han salido un par
de clientes nuevos, pero sabe que si los coge tendrá que ampliar la plantilla.
El problema es que a partir de 50 empleados la legislación cambia. Si superan
esa cifra tendrá que cambiar la contabilidad, le afecta en temas laborales, la
burocracia se dispara. ¿Qué harán?
Ø
Un trabajador lleva unos años descontento en su empleo.
Querría cambiar de empresa. Siente que no es muy productivo últimamente y que
está estancado. Ahora ha recibido una nueva oferta: le pagan un poquito más (no
mucho), pero lo que más le atrae es el reto profesional. El problema es que él tiene
15 años de antigüedad en su empresa y si se cambia de trabajo la pierde. ¿Qué
hará?
Las anteriores son situaciones
imaginarias, pero frecuentes. No hace falta poner nombre y apellidos. Todas son
muy reales. Y aunque son diferentes entre sí, todas ellas tienen una
característica común: existe una solución obvia desde el punto de vista
económico (y no sólo económico). Sin embargo, cualquiera que las analice
conociendo la realidad española sabe que existen muchas posibilidades de que
los agentes implicados acaben escogiendo la peor opción. ¿Por qué? Muy
sencillo, porque la legislación les incentiva a
ello.
Podría decirse que en España las
normas premian o protegen la alternativa mala (o la que ya existe) y penalizan
o ponen trabas a la buena (o a la nueva). Por eso:
Ø
La empresa no reubicará a sus empleados en la planta
más productiva, porque hacerlo implicaría unos costes de negociación brutales y
no le compensa (incluso puede que el convenio del sector le prohíba hacerlo o
le imponga unas barreras casi infranqueables)
Ø
El despedido será el trabajador temporal, aunque
sea mucho más eficiente que su compañero fijo.
Ø
El contrato temporal que está a punto de llegar
al mes 24 no será renovado, aunque están contentos con el trabajador.
Ø
La empresa de 48 empleados subcontratará los nuevos
pedidos (o incluso derivará al cliente a otras compañías) porque no puede
asumir el coste de crecer por encima de 50 empleados (o creará nuevas compañías
para que la original no supere la cifra)
Ø
El trabajador quemado seguirá en un
puesto y una empresa que no le gustan, porque le da miedo asumir el riesgo del
cambio.
Productividad y salarios
Pueden parecer casos anecdóticos,
pero no lo son. Todos ellos hablan de distorsiones. Y todas estas distorsiones
van en la misma dirección: una normativa que incentiva, empuja o promueve
decisiones de los agentes que penalizan la productividad del conjunto de la
economía. La palabra más habitual para explicar esto quizás sea
"rigidez". España tiene un aparato productivo que no es capaz de
responder a los cambios y que tiene dificultades para aprovechar las
oportunidades. El statu quo es protegido; al recién llegado se le mira
con sospecha, incluso aunque esté haciendo las cosas bien.
Benito Arruñada, catedrático en
la Universidad Pompeu Fabra, habla de una legislación que "castiga la movilidad
de los recursos, al que se mueve, al que crea competencia".
¿Y es tan importante ser más
productivos? Pues lo cierto es que sí. Al final la riqueza de un país y de sus ciudadanos
se genera a través de su capacidad para producir recursos de forma más
eficiente que su vecino.
Es eso que se llama
"competitividad". En España se habla mucho de salarios y de por qué
cobramos menos que los trabajadores de Suecia, Dinamarca o Alemania. En
ocasiones parece como si una maldición bíblica hubiera caído sobre nosotros. O
como si fuera culpa del malvado empresariado nacional. Pues no.
Los dos siguientes gráficos ya
los hemos publicado anteriormente (http://www.libremercado.com/20150612/tristeperociertolosespanolescobramosloquenosmerecemos1276550303/)
, pero son imprescindibles en cualquier análisis que se haga de la economía española.
El primero mide la productividad por hora trabajada en los países europeos. El
segundo, el salario/hora. No hay más, no nos hagamos trampas al solitario.
Cobramos lo que somos capaces de producir (siempre hablamos de medias, no de
casos individuales).
La pregunta que nos debemos hacer
es ¿por qué las empresas españolas, los periodistas españoles, los funcionarios
españoles, los consultores españoles… son menos productivos de media que los
daneses, suecos o alemanes? Hay muchas posibles respuestas y cada una puede
asociarse a uno de los ejemplos con los que comenzamos este artículo. Somos
menos productivos porque tenemos un tejido con muchísimas micropymes y pocas
empresas de tamaño mediano (y en todos los países, a más tamaño se consigue más
productividad). También influye la formación, que es poca y de mala calidad,
tanto antes de llegar al puesto de trabajo como durante la vida laboral. Pero,
¿quién se va a gastar el dinero en formar a un empleado temporal? ¿Y qué
empleado temporal se va a preocupar de formarse en una empresa en la que sabe
que no durará mucho?
Por supuesto, también influye en
la productividad la incapacidad de las empresas para adaptarse a su mercado, su
sector o su situación interna: la mínima flexibilidad que introdujo la reforma
laboral de 2012 (y asociada en la mayoría de los casos a que la empresa tuviera
pérdidas) será lo primero que caiga cuando se toque aquella norma. Si una
empresa no puede (o le resulta muy difícil o caro) disponer de sus recursos en función
de las necesidades del mercado, sólo podrá competir con sus rivales extranjeros
rebajando costes... no le dejan hacerlo con innovación o cambios productivos.
Las reformas
Llegados a este punto, es
inevitable que surja el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura: "las
reformas". No hay político, a izquierda y derecha, que no hable de la
necesidad de aprobar y aplicar esos cambios. Y el regeneracionismo hispano, muy
activo en el último año, se saca de la manga todo tipo de cambios, del contrato
único a la reforma fiscal, que nos pondrían en el camino que va a Copenhague.
La pregunta sería si no estamos
poniendo el carro por delante de los bueyes. Arruñada, por ejemplo, se muestra
escéptico de lo que se podría conseguir si no hay primero un cambio de
mentalidad en el ciudadano de a pie: "Yo creo que las instituciones
funcionan bien.
La clave es que las reformas no
se hacen porque la gente no quiere que se hagan. Mi tesis es que [el sistema
político] funciona perfectamente, porque obedece a la voluntad ciudadana".
En este sentido, alerta a los regeneracionistas que protestan porque los políticos
no les hacen caso: "Los políticos cumplen su función. Aplicar las
soluciones que les proponen les haría perder votos". Un gran ejemplo es el
mercado laboral. En teoría, muchas de las soluciones propuestas (contrato
único, mochila austriaca, nuevos modelos de contratación…) favorecen a los
jóvenes, pero las encuestas repiten una y otra vez que ni siquiera este grupo
de población es favorable a los cambios, "porque creen que les
perjudica", explica Arruñada, sea o no cierta esa percepción.
http://www.libremercado.com/2013-04-07/gritar-mucho-y-mojarse-poco-una-foto-poco-agradable-del-espanol-medio-1276486814/
: En una encuesta realizada a 15.000 europeos, se les preguntaba qué les parecería
más justo, un país en el que "los ingresos sean más equilibrados, aunque
eso signifique que los que se esfuerzan más ganan cantidades similares a los
que se esfuerzan menos" o un país en el que hay "diferencias en los
niveles de ingresos" para premiar a los que más se esfuerzan. Pues bien,
el 79% de los daneses y el 75% de los holandeses, preferían la segunda opción
(dar más al que más trabaja). Mientras, España era el único país en el que
había más partidarios de igualar los ingresos (54% frente a 41%) aunque eso
penalice a los que se esfuerzan más.
Lo cierto es que en todas las
encuestas España aparece como uno de los países menos favorables al capitalismo,
las empresas o la competencia. No sólo eso, cuando la disyuntiva es
meritocracia (premiar al que más se esfuerza o mejor lo hace) o igualdad de resultados
sin importar el esfuerzo, los españoles están a años luz de los valores que
defienden nórdicos o alemanes.
Arruñada lo explica con ejemplos
del día a día, no necesariamente ligados a la actividad económica: "Cuando
yo era estudiante, si sacabas buenas notas, la gente te respetaba. Ahora está
mal visto destacar. ¿Socialmente qué estás creando? Y no te digo nada normativamente.
Por ejemplo, en la universidad las notas tienen que publicarse con el DNI del
alumno, no con el nombre. Incluso ha habido follón para que la universidad
informe de forma privada a los alumnos de dónde están en el ranking de su
promoción".
Y qué se puede hacer llegados a
este punto. Si las reformas no se hacen porque la gente no las quiere, la única
solución parece estar en cambiar cómo esa misma gente se enfrenta a las
reformas. Arruñada es escéptico en los cambios artificiales impuestos desde arriba.
Por eso, propone comenzar con reformas aparentemente más sencillas, pero con
más calado a medio plazo: "El tipo de reformas que serían más eficaces son
aquellas que nos hacen adultos a los ciudadanos. Aquellas que pongan de relieve
el coste-beneficio de las decisiones. Tendríamos que tener sistemas que nos
informaran más, incluso aunque no hiciéramos nada por informarnos. Por ejemplo,
haciendo los impuestos más visibles o publicando los rankings escolares. Hacer
más evidente que cuando pagas la gasolina la mayor parte del dinero se va a impuestos.
Además, aunque es cierto que también tendrían la oposición de mucha gente,
sería menor que con otras reformas que se proponen".
JIV